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El efecto mariposa, el caos y la imprevisibilidad de la naturaleza

“…el efecto mariposa es una derivación de la física cuántica que nos enseña: todo tiene que ver con todo y somos todos inter- retro-dependientes. Por eso cada individuo es un eslabón de la inmensa corriente de energía y de vida y cuenta mucho. El efecto mariposa representa una concreción de este principio. Fue identificado en 1960 por los que hacen previsiones meteorológicas. En ese campo como en otros funcionan sistemas caóticos, quiere decir, sistemas en los cuales domina la imprevisibilidad. Como un todo, tales sistemas también están sometidos a leyes matemáticas factibles de descripción; mas su comportamiento concreto no puede ser previsto. Pequeñas modificaciones pueden ocasionar grandes cambios. Entonces se dice: “Si una mariposa en Hong Kong bate sus alas, puede provocar una tempestad en Nueva York”.

Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, al recibir el Nobel de la Paz en 2001

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El “efecto mariposa” (nombre acuñado a partir del diagrama de la trayectoria obtenida por el meteorólogo y matemático Edward Lorenz al intentar hacer una predicción del clima) hace referencia a la sensibilidad de un determinado sistema caótico, donde la más mínima variación en sus condiciones iniciales pueden provocar que el sistema evolucione en formas completamente diferentes. Así, una pequeña perturbación inicial mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande. Este efecto se enmarca dentro de los principios de la teoría del caos, la rama de las matemáticas y la física que trata ciertos tipos de comportamientos impredecibles en los sistemas dinámicos o caóticos como la atmósfera terrestre, las placas tectónicas, los fluidos y los crecimientos de población. Antes de la aparición de la Teoría del Caos se pensaba que predecir el clima no era más que introducir más y más variables en un ordenador lo suficientemente potente como para procesarlas… actualmente considerando cientos de miles de variables no hemos conseguido la predicibilidad esperada y tampoco la conseguiremos, pues conforme a la teoría del caos, que algún día consigamos averigüar con precisión matemática el tiempo que hará al día siguiente está abocado al fracaso a causa del principio de incertidumbre de Heisenberg.

Una frase que a mi juicio resume muy bien este obsesivo oxímoron de predecir lo imprevisible es cuando Régis Debray escribe que “la humanidad solo ha conseguido erguirse lentamente sobre los montones de lo que dura”. Es así que todo lo que nos sustenta como humanidad, como cultura, que hemos construido y creemos perenne, no son más -aunque tampoco menos- que montones construidos sobre una incertidumbre obviada (lo que dura) que en catástrofes como la ocurrida recordamos al ver la fragilidad y pequeñez de nuestra civilización ante la fuerza de la naturaleza.

Esa imprevisibilidad -para nosotros- de la naturaleza, que atenta contra nuestra petición de trascendencia como raza, para mi, no hace mas que evidenciar la desconexión profunda que existe hoy día entre el hombre y su medio. ¿Cómo predecir el clima, adelantarnos a terremotos o tsunamis si ni siquiera tenemos la capacidad -o disposición- de comprender el peligro de la antropización del territorio, de los cultivos transgénicos, de las especies introducidas, de la industria agroquímica, de una economía lineal?, ¿pueden los animales anticipar un terremoto?, ¿cómo medir la imprevisibilidad con nuestra escasa capacidad para comprender y asumir que en la naturaleza todo está estrechamente conectado?. Actuar comprendiendo esa interdependencia de todo y todos, esa hiperconectividad presente en la naturaleza, entendiendo el impacto que puede traer alterar ese equilibrio perfecto producto de miles de millones de años de evolución nos exige vivir más conectados con la naturaleza, en una conexión real, cerca de la tierra no sólo a través de sonares, radares y sismógrafos, no sólo cerca de los montones de lo que creemos que dura.

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