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Mi bautismo submarino en Juan Fernández

Mi primera experiencia con el buceo había sido en un viaje a México, donde contratamos un paseo a unos corales que había en medio del mar. Pero ahí era sólo con snorkel y aletas y de todas formas la experiencia fue impresionantemente bella: Cientos de peces de todos portes, colores y formas nos rodeaban en un agua cálida (como lo es el mar en el Caribe) y en donde estuvimos nadando durante un buen rato.

La segunda vez, y también ese mismo viaje a México, fue de la misma manera (con aletas y snorkel) en unos cenotes que había en los alrededores de Tulún, una paradisiaca playa en las que se encuentran unas importantes ruinas mayas. Lo notable de los cenotes, es que los peces que veíamos eran completamente distintos, ya que son cuevas subamarinas de agua más helada en donde se ven miles de pequeños peces nadando juntos en cardúmenes. Aparte que el hecho d estar en medio de cuevas bajo el agua le agregaba una mística extra a la travesía.

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Hasta ahí no más entonces con el buceo. Varios amigos se habían ido metiendo en el tema: Uno se fue a sacar su licencia de instructor a Tailandia y ahora anda por Filipinas conociendo el mundo submarino. Otro anda por Australia, en busca de la gran barrera de arrecifes y sin ir más lejos, mi polola también está haciendo el curso para ser instructora y se fascina por todo lo que se mueve bajo el mar.

Ayer fue un día hermoso en Juan Fernández. El sol nos acompañó todo el día y el mar estaba calmado como nunca. Fue ahí cuando se nos presentó la oportunidad de ir a bucear. Yo había escuchado que la fauna marina de Juan Fernández era una de las más importantes de la vida acuática así que sin dudarlo me alisté para la aventura.

La verdad es que desde que me subí al bote que nos llevaba al “Adriático” -lugar donde bajamos a bucear- quería tirarme al agua. Todo era especial: Bucear con mi hermano, el lugar, el clima y el hecho de haber sido invitado (no andaba con los 40 mil pesos que cuesta hacer el bautismo).

Éramos cuatro personas las que bajaríamos con la instructora, pero finalmente bajamos tres. Uno simplemente no pudo con la profundidad y se quedó al lado del bote (donde hay que decir que también se veían los peces).

Personalmente desde que me tiré al mar quería lanzarme a investigar lo que tenía el mundo submarino para mostrarme, pero no era tan fácil la cosa: Apenas empecé a bajar tuve fuertes dolores en los oídos por no compensar adecuadamente. Estuve un par de minutos tratando de hacerlo correctamente, pero cada vez que bajaba un poco me dolían más los oídos. Tanto fue así, que pensé que iba a tener que volver a subir por no poder superar este problema. Pero luego de quedarme bajo el agua, haciendo lo que me decía la instructora, al poco rato pude bajar y ya aclimatarme. Y una vez abajo, ya todo cambió.

Lo que más había escuchado decir a mi polola era que bajo el mar había que mantener la calma durante todo momento y disfrutar, ir al ritmo de los peces y siempre tuve ese pensamiento en mi cabeza. Lo único que me complicaba un poco era lo torpe que me sentía moviéndome bajo el mar (porque por más que se crea que es muy fácil lanzarse a nadar con las aletas, no lo es tanto), pero luego de un rato ya comencé a soltarme y empecé a disfrutar de moverme al ritmo submarino.

Finalmente estuve alrededor de media hora bajo el agua y vi muchísimos peces de varios colores. Además, la instructora abrió un erizo que los peces rápidamente se aglutinaron para comérselos. Esto último fue bastante impresionante, ya que nunca había visto comer a los peces.

Luego de dar un buen paseo submarino y aletear bastante rato subimos hasta el bote. Una vez arriba me saqué la máscara y miré los colores que se ponían el horizonte y simplemente solté una gran sonrisa. Había sido bautizado.

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