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Chile: Las termoeléctricas podrían ser menos malas (algún día)

De las decenas de tecnologías que existen en la actualidad para generar energía eléctrica, todas tienen ventajas y desventajas. Las más baratas contaminan. Lás más limpias son caras, tienen una vida útil limitada o requieren condiciones geográficas especiales. Todas o casi todas involucran externalidades que esconden los costos reales para los gobiernos, los privados y la comunidad. Por todo esto, decir que es un tema complejo es quedarse muy corto.

Por otro lado, parte de la dificultad para dar con la respuesta reside en que tampoco comprendemos muy bien la pregunta. Hay quienes plantean que lo que está en juego es “¿Cómo aumentar la oferta energética?” mientras otros opinan que más bien hay que preguntarse: “¿Es estrictamente necesario aumentar la capacidad de generación?” y algunos incluso preguntan: “¿Por qué la naturaleza tiene que ir al sacrificio para satisfacer el crecimiento de la industria?”.

En esta nota no pretendemos solucionar esos problemas, pero sí apoyarnos en una noticia proveniente de Europa para reflexionar sobre el largo camino que nos queda por recorrer antes de caer en falsas dicotomías.

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La Planta de Siemens en Bavaria

La empresa alemana Siemens probó con éxito su última planta de ciclo combinado en Irsching, Bavaria. Aunque la generación termoeléctrica no goza de buena fama últimamente, y no nos despierta especiales simpatías, quisimos contarles esta noticia porque es importante para la reflexión que queremos entregar.

Resulta que con esta planta termoeléctrica Siemens ha sobrepasado todos los records de eficiencia y flexibilidad operacional de cualquier configuración previa. La planta logró un 60.75% de eficiencia, superando holgadamente la “meta teórica” del 60% que se habían puesto sus desarrolladores, en atención a que las termoeléctricas más eficientes del mundo ofrecen no más allá de 57%.

Adicionalmente, la planta pudo pasar de 0 a 500MW de generación en tan sólo media hora, una puesta en marcha que aventaja en varias horas lo que demora una central tradicional en entrar en régimen permanente.

Por si todo eso fuera poco, la planta consume sólo dos tercios del gas natural que requieren las plantas más modernas del mundo (haciendo la comparación en proporción a los KWh) y emite proporcionalmente 2/3 del  CO2 que aquellas.

¿Cómo se logra todo esto? Bueno, diseñar plantas de ciclo combinado es todo un arte, porque el dimensionamiento de cada componente puede tener grandes consecuencias en la eficiencia y son difíciles de predecir de antemano incluso usando los más avanzados softwares de modelación de esfuerzos y elementos finitos. En segundo lugar, la eficiencia tiene un límite teórico en base a la diferencia de temperaturas entre la entrada y la salida del ciclo por lo que los esfuerzos por mejorar la eficiencia van de la mano de trabajar con temperaturas más altas, y por ese lado ya se empieza a lidiar con el límite de resistencia de los materiales empleados en las cámaras de combustión. Mientras los recubrimientos cerámicos más utilizados en la actualidad tienen su límite en torno a los 1350°C, la planta de Irsching opera a 1500°C, mostrando que todavía queda mucho paño por cortar y tanto en consumo de combustible como en emisiones de CO2 no se puede hablar de las termoeléctricas como si fueran una constante, unos indicadores grabados a fuego. Si existe una tecnología que consume menos y contamina menos, entonces exijamos que sea obligatoria, no es problema nuestro si eso es más caro.

La Falsa Dicotomía de HA vs las Termoeléctricas

Cuando decimos falsa dicotomía nos referimos a que, al igual que en los interrogatorios a un testigo, las ventas de telemárketing y hasta los debates presidenciales una pregunta bien hecha puede condicionar la respuesta, enmarcarla dentro de un abanico de opciones que van guiando a la contraparte. Nos dicen: “Dado que Chile debe duplicar su matriz energética de aquí al 2020, elijan cómo podemos llegar a eso“. Pero la pregunta parte con una afirmación que no podemos comprobar. Nos muestran gráficos de demanda en donde suman la demanda domiciliaria y la demanda industrial. Esta desagregación es relevante porque todos nos debemos hacer responsables por lo que consumimos, pero no tenemos que hacernos responsables por la demanda industrial, a menos que seamos como mínimo accionistas de la empresa que requiere esa alimentación eléctrica.

Si un grupo empresarial va a iniciar una explotación minera obviamente necesita energía, pero esa explotación minera le dejará utilidades. El otro grupo empresarial que construye una central para alimentar la explotación minera también obtendrá utilidades. Ambas empresas tienen fines de lucro -como todas las empresas, obviamente- y a cambio dan trabajo, inyectan plata en la economía, invierten en infraestructura. Al mismo tiempo traen de regalo algunas externalidades negativas que funcionan en detrimiento de los microclimas, las napas subterráneas de agua, la temperatura, el pH y los relaves en ríos y lagos, la calidad del aire, el hábitat y las rutas de migración de especies nativas, la erosión, y otras consecuencias indirectas que las paga la población o el fisco que debe pagar los problemas sanitarios y la atención de salud.

Con todo esto no pretendo decir que la solución sea no explotar los yacimientos o no generar la energía eléctrica necesaria. Es una solución pero no necesariamente la solución. Como Chile sigue siendo un país que vive de sus materias primas y con cientos de miles de personas bajo la línea de la pobreza no estamos en condiciones de renunciar a ellas, pero sí me hace mucho sentido la columna que escribió Marcelo Mena en El Dínamo. Ya que las empresas que generan estas externalidades tienen buenos márgenes de rentabilidad, la normativa tiene que traspasarle los costos que tradicionalmente absorbe el fisco y la comunidad. Si tienen que invertir el doble para cumplir con normativas más estrictas, tendrán que hacerlo o abstenerse del proyecto. Algo me dice que el VAN seguiría siendo positivo en plazos no muy exigentes porque, de verdad, están ganando plata a manos llenas. No parece justo que maximicen algo que ya es bueno moviéndose por la línea de menor costo en vez de ceñirse a la de mayor eficiencia y limpieza.

De qué hablamos cuando hablamos de rentabilidad

Eso mismo nos falta ver a la hora de elegir. ¿Cuál es el VAN de Hidroaysén? Nos dicen que es más barato y menos contaminante que una central termoeléctrica y entonces introducen la falsa dicotomía. ¿Prefieren la opción limpia y barata (HA) o cara y sucia (termoeléctricas)? La dicotomía es falsa porque no explican cuál es la diferencia de costos, ni quién tendría que pagarlos. Si los tiene que pagar la empresa ¿Por qué tendría que importarle a la gente? Nos han dicho que si a la empresa le cuesta menos el Kilowatt Hora esa diferencia se traspasa a todos. De nuevo es falso, el costo de las generadoras es independiente a la tarifa de las distribuidoras, que de paso están sujetas a un decreto.  ¿Podemos ver una tabla de lo que nos va a salir la cuenta de la luz el año 2020 con y sin Hidroaysén? ¿Podemos saber qué márgenes de rentabilidad van a obtener a cambio de los derechos de agua, y cómo piensan retribuirlo al país? Puede que sean preguntas ingenuas pero a falta de información bien desagregada es difícil saber de qué estamos hablando.

¿Por qué se plantea que la única opción a Hidroaysén es hacer termoeléctricas, como si no hubiera otras formas de generación? Las energías alternativas no son tan masivas ni tan baratas como la clásica planta a carbón, pero ¿Alguien se ha molestado en hacer ese cálculo? ¿Qué proyectos dejarían de ser rentables si los obligamos a alimentarse de energías alternativas? Algo me dice que un buen número de proyectos seguiría siendo rentable. A lo mejor menos rentables pero ¿Eso debiera preocuparnos a los ciudadanos?

Pongamos un ejemplo ridículo. ¿Cuánto vale hacer una balsa de 10000 Km2 a 100Km de la costa y cubrirla de paneles solares? ¿La empresa sería inviable o sólo sería menos rentable que una hidroeléctrica? ¿Cómo cambia la cuenta de la luz que pagaré el 2020? A veces es necesario plantear ejemplos extremos o ridículos para expresar el oscurantismo que reina en la materia.

Cuán limpia es la opción limpia

De nuevo, volvamos a la dicotomía. ¿Cuán limpia es la opción limpia y cuán sucia es la opción sucia? Haciendo la comparación con una central termoeléctrica de carbón, la más simple, efectivamente la diferencia en términos de contaminación es considerable, pero no es sencillo compararla mano a mano. Primero, cada quien tiene una opinión distinta sobre qué daño es peor, si la destrucción de una cuenca hidrográfica y su fauna o la lluvia ácida que arruina las cosechas en torno a una planta termoeléctrica.

En segundo lugar, es una comparación tramposa porque, otra vez,  la pregunta condiciona la respuesta. ¿Por qué habría que ocupar las plantas de carbón como parámetro de comparación? Hay plantas diesel y de gas que contaminan menos, y de entre ellas hay plantas de ciclo combinado que aprovechan dos veces la combustión, y de entre ellas hay plantas pioneras que reducen al máximo la emisión de CO2. Por eso empezamos contándoles sobre la planta de Siemens en Irsching, porque si de verdad quieren comparar Hidroaysén con otras tecnologías en términos de costos y contaminación, como mínimo debieran usar la mejor planta termoeléctrica que la tecnología puede entregar. Cualquier otra comparación es autocomplaciente y manipuladora.

Conclusión

Es cierto que la razón detrás del uso de carbón como combustible para una planta termoeléctrica no es solamente lo barato del diseño y construcción, sino la abundancia del combustible. Mal que mal estamos hablando de combustibles fósiles y, a la hora de decidir entre el carbón, el diesel y el gas natural influye la provisión de combustible que haya en el mercado. No es sólo un tema de costos, sino de disponibilidad.  Las plantas de ciclo combinado que conocemos sólo pueden alimentarse de diesel y y gas natural. El diesel está sujeto a fuertes variaciones de precio, y en cuanto al gas natural, el funcionamiento de la planta depente del abastecimiento que se pueda obtener de países vecinos como Bolivia y Argentina.

Todo eso es cierto, pero de nuevo se está planteando una decisión en base a datos obsoletos. En Europa se está utilizando hace 17 años carbón para alimentar plantas de ciclo combinado utilizando la tecnología GICC (Gasificación Integrada en Ciclo Combinado), por lo que cualquier país que tenga carbón y dinero puede gasificarlo para alimentar plantas de ciclo combinado y dejar para siempre las termoeléctricas a carbón convencionales. Chile tiene carbón y las empresas que necesitan más generación eléctrica definitivamente tienen dinero.

Otro argumento que hemos visto muy utilizado por los defensores de HidroAysén es que las energías alternativas como la eólica y solar no ofrecen una generación constante (una requiere ráfagas de viento y otra sólo funciona mientras alumbra el sol) por lo que nunca se podrá depender 100% de esas fuentes. Asumiendo que eso es cierto, se requiere una fuente de generación que pueda entrar y salir del sistema muy rápido para compensar a las fuentes alternativas.  Ahora sabemos que  la planta de Siemens demora media hora en llegar a 500MW. Usando esa tecnología como regulador, ya no es del todo imposible pensar en basar una mayor proporción de la matriz energética en esas fuentes alternativas.

Empezamos diciendo que el tema es muy complejo, que las ventajas y desventajas de cada alternativa no son directamente comparables, que está lleno de consecuencias indirectas y c0stos escondidos para la naturaleza, el fisco y la comunidad no sólo en términos de salud sino de infraestructura, generación de empleo, crecimiento país y mucho más.

La única conclusión razonable es una no-conclusión, y  es que si tomamos hoy una decisión que altera un ecosistema a perpetuidad, y lo hacemos en base a los pro y los contra del estado actual de la tecnología, corremos el riesgo de que el día de mañana se invente o descubra una manera mejor de hacer las cosas y ya sea demasiado tarde para echar pie atrás. En ese sentido no sólo hay que poner en la balanza la eficiencia, rentabilidad o contaminación de las alternativas actuales, sino la factibilidad de revertir el impacto de optar por cualquiera de ellas. La mejor solución de hoy puede ser el peor error de mañana si en su implementación generamos cambios irreversibles.

Lo malo es que los proyectos se evalúan con una cierta tasa de descuento y con un plazo fijo no superior a 20 años. Supongo que a nadie le importa si el arrepentimiento nos sobreviene en el año 30, 50 o 100.

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