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Acoso callejero a mujeres ciclistas, la violencia invisible

Cuando una mujer es peatona o ciclista, queda expuesta en el espacio público, pudiendo vivir humillantes situaciones propias de la violencia de género.

Por Andrea Cortínez, de Macleta.

El acoso en espacios públicos ha sido un tema en boga durante las últimas semanas tras el bullado nombramiento y posterior renuncia de Miguel Moreno como subsecretario de Bienes Nacionales, quien sufrió una condena por haber acosado físicamente a una mujer en el metro de Santiago. Para quienes trabajamos por la promoción de la bicicleta, la seguridad en los espacios públicos es una preocupación constante, más aún para Macleta (Mujeres Arriba de la Cleta) quienes trabajamos para ayudar a que más mujeres puedan optar por la bicicleta como modo de transporte.

Sentirnos seguras en la calle es un requisito para la mayoría de las mujeres al decidir si optamos por la bicicleta como medio de transporte. Hombres y mujeres podemos sentirnos insegur@s en medio del tráfico, y la falta de ciclovías es un motivo frecuente que limita a las personas para transformarse en ciclistas urbanos. Sin embargo, en este artículo queremos reflexionar sobre el acoso callejero, un elemento que suele ser invisible cuando se analiza la seguridad, y que afecta mayormente a las mujeres.

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La susceptibilidad de una mujer a ser acosada en la calle depende entre otros factores, del vehículo y de la distancia de su viaje. Una mujer que se transporta en automóvil, difícilmente sentirá el acoso como una amenaza en su trayecto. Su automóvil la separa de otros y la expone menos al contacto visual y físico con otras personas en la calle. Por el contrario, cuando una mujer es peatona o ciclista, queda expuesta en el espacio público. Además, en el caso de las ciclistas, la duración de dicha exposición tiende a ser prolongado debido a que cubrimos extensos trayectos, lo cual incrementa nuestras probabilidades de recibir acoso verbal y/o físico.

El acoso callejero ha sido definido como “Una forma de violencia de género no deseada que implica silbidos, comentarios sexuales, alusiones groseras al cuerpo de la mujer, tocaciones, masturbación pública, miradas extremadamente lascivas y exhibicionismo”. Esta forma de acoso está presente en nuestras calles a diario, es aceptado socialmente y normalizado a tal punto que tomar una postura contra éste suele ser tildada como exagerada. Hemos crecido en una cultura donde como mujeres debemos aceptar y hasta “agradecer” esos piropos cuando son catalogados por otros como “buena onda”.

Muchas hemos aprendido que quizá lo mejor es ignorarlos y que por ejemplo, cuando pasamos frente a una construcción debemos apurarnos, poner cara de nada, ignorar, y aceptar que los “piropos” (que muchas veces distan enormemente de ello) caigan sobre nosotras.

Para muchos hombres el acoso es enseñado desde la infancia, validado por pares y mayores, y señalado como forma de hombría, como un derecho ganado por el sólo hecho de nacer hombres. Por otra parte, nuestra cultura no condena de ningún modo la constante exhibición pública del cuerpo femenino con el fin de vender productos como diarios populares, cervezas, cigarrillos o automóviles por nombrar algunos.

Este uso público del cuerpo femenino como un producto de venta, muy distinto a la venta de vestuario femenino, favorece una visión social del cuerpo de la mujer como un “cuerpo-objeto” que carece de dignidad y respeto, susceptible de ser juzgado tal como lo son los otros objetos de la vía pública. Opiniones de diverso tipo y calibre alusivas al cuerpo de una mujer que transita por la calle son parte del panorama urbano cotidiano, y es normal ver a uno o varios hombres tomarse la libertad de ejercer acoso verbal o físico a una mujer vulnerando de este modo su derecho a transitar segura y tranquila.

Estas formas silenciadas de agresión deben ser visibilizadas. Necesitamos producir un cambio cultural además de una iniciativa legal que nos respalde ante estas ofensas.

Hoy en día sólo contamos con el artículo 373 del código penal que condena las ofensas al pudor, la moral y las malas costumbres, y que data de 1874. Sin embargo el acoso no es una ofensa al pudor sino una forma de violencia.

Una mujer tiene derecho a transitar por su ciudad sintiéndose segura, y recibir constantes insinuaciones sexuales en la calle por parte de extraños dista mucho de la noción de seguridad que buscamos. Como mujeres nos debemos movilizar para acusar el acoso como un delito, y como mujeres ciclistas debemos visualizar esta tradición machista como una limitación grave para ejercer nuestro derecho de movernos de manera libre y segura en las ciudades.

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