Mi mamá es caminadora compulsiva y muy rápida. Desde que era pequeña tenía que seguir sus pasos casi corriendo, e íbamos a todos lados a pie. Antes me molestaba caminar, me cansaba, me dolían los pies y me enojaba, pero mi mamá insistía en que camináramos para llegar a cualquier lado, “hace bien para el cuerpo y para el alma” me decía. Y bueno, ahora le encuentro toda la razón.
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Cuando caminamos, beneficiamos a nuestro cuerpo, reducimos el estrés, mejoramos la circulación, fortalecemos los músculos y además mejora nuestro ánimo y despertamos la creatividad.
Pero más allá de los beneficios corporales, caminar es la forma más sustentable de trasladarnos de un lugar a otro. Ni siquiera nuestras amadas bicicletas lo son, ya que fueron fabricadas y ocupan materiales extraídos de algún lado de nuestra Madre Tierra. No. No hay nada más sustentable como lo que podemos hacer por nosotros mismos y sin un medio ajeno a nuestro cuerpo.
Lamentablemente, los tiempos actuales que vivimos nos arrastran a una vorágine espacio-temporal, donde debemos estar en ciertos lados a ciertas horas y cumplir ciertos horarios, lo que nos implica viajar varios kilómetros en poco tiempo, y esto no lo podemos hacer a pie, y necesitamos la bicicleta o el transporte público para no llegar atrasados a todos lados.
Pero si encuentras un momento para caminar, hazlo. Si puedes levantarte un poco más temprano y llegar al trabajo o lugar de estudio caminando (por lo menos los últimos tramos), inténtalo. Pero no vayas apurado o corriendo. Tienes que estar relajado, y disfrutar de lo que te rodea, los árboles, las casas, las personas, escucha los pájaros, las risas de los niños. Camina tranquilamente para apreciar todo tu alrededor.
Si caminamos más, estaremos ayudando al planeta, poco a poco, paso a paso. Como todos los grandes cambios, se empieza por un pequeño cambio en nuestro interior. Es hora de caminar bajo el sol y sentirse bien.