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Ecosofía: El decrecimiento es nuestra única posibilidad

Una columna de Luis Tamayo Pérez a propósito del seminario “Para impulsar el descrecimiento en México”, organizado por la Red ecologista autónoma de la cuenca de México (Ecocomunidades) en la cual participaron intelectuales como Miguel Valencia Mulkay, Jean Robert, Víctor Toledo, Braulio Hornedo, David Barkin, Jaime Lagunez, José Arias, Rafael Huacuz, Roberto Ochoa, Adriana Matalonga y Roberto Vidales.

El objetivo central de nuestro seminario es pensar alternativas al crecimiento desaforado y depredador que sufren las sociedades humanas (y la nuestra en particular), el cual ha conducido a la catástrofe medioambiental moderna.
A pesar de que Heidegger, desde 1927, sostuvo, en El ser y el tiempo, que el hombre que somos era al par “ser-en-el-mundo”, es decir, que el mundo nos es consustancial, la humanidad continua considerando a su entorno ajeno y, por ende, lo depreda sin piedad. La tierra ya no es “nuestra madre” ni el resto de los seres vivos “nuestros hermanos”. Ahora son, simplemente, “recursos” o “mercancías”.
A consecuencia de nuestra economía depredadora, nuestro planeta se deteriora de una manera acelerada. El uso indiscriminado de hidrocarburos, la “revolución verde” (incremento de la producción agraria gracias al uso masivo de fertilizantes y pesticidas inorgánicos) y la aplicación del modelo productivista en la ganadería (cría de ganado bovino, porcino y aviar) se han revelado, con el paso de los años, más que bendiciones, en callejones sin salida que envenenan la atmósfera y el agua, que hacen estériles los suelos y envenenan nuestros alimentos.
A pesar de ello, es habitual encontrar a nuestros economistas y gobernantes sosteniendo que un desarrollo económico siempre positivo para sus naciones es deseable y posible. Fue necesario que llegara el economista inglés Kenneth Boulding para que abriera nuestros ojos al decirnos que “cualquiera que crea que el crecimiento exponencial es posible para siempre en un mundo finito es, o un loco, o un economista”.
El modelo desarrollista tan mentado, ese que considera posible el desarrollo -incluido el “sostenible”- infinito no es, desde el punto de vista de los ideólogos del decrecimiento (Ivan Illich, Jacques Ellul, Serge Latouche, André Gorz, Dominique Belpomme, Paul Ariès, Cornelius Castoriadis, Miguel Valencia Mulkay, David Birkin), sino un error de concepción pues la noción de “desarrollo”, esa que la economía tomó de la biología implica, en su ámbito de origen, un proceso que inicia con el nacimiento, transcurre con la juventud, la madurez y la vejez y culmina con la muerte.
En la biología, lo reitero, el “desarrollo” implica la decrepitud y la muerte del organismo, elemento que los estudiosos de la economía simplemente excluyeron del desarrollo de las sociedades. Es por tal razón que los economistas y la totalidad de los gobernantes que siguen sus preceptos, consideran sano, posible y deseable que una nación “crezca” a tasas sostenidas y siempre positivas, sin darse cuenta que el crecimiento de unas naciones descansa en la pobreza de las otras.
El decrecimiento, reiteramos, objeta la tesis de la posibilidad del “desarrollo sostenible”, la cual, si bien incluye la preocupación por el equilibrio de los ecosistemas, nos permite creer que podemos conservar el actual modelo económico simplemente maquillándolo con el anhelo de “desarrollo sostenible”.
Raúl García Barrios en su estudio sobre el tema (Instituciones y desarrollo, CRIM/UNAM, 2008) muestra que el concepto de “Desarrollo sustentable” encubre la idea de que es posible seguir depredando el ambiente como hasta ahora, claro, maquillando la codicia con “preocupación por el medioambiente”.
No por otra razón Braulio Hornedo critica tal noción diciendo, burlonamente, que “se trata de la misma gata pero sustentada”.
Ahora podemos afirmar claramente: el desarrollo, incluido el sostenible, no es infinito. Pensar de esa manera es terriblemente peligroso pues nos hace creer que podemos seguir reproduciéndonos como conejos, que siempre habrá más para todos, que para siempre “Dios proveerá” y, tal y como las catástrofes ambiental y alimentaria actuales lo muestran, eso no es posible en un mundo finito, con recursos limitados y cada vez más escasos.
El “crecimiento”, como bien indica Dominique Belpomme (Avant qu’il soit trop tard, Fayard, París, 2007), es un “cáncer de la humanidad”.
Las tesis centrales de los postulantes del decrecimiento son claras: ante un mundo y una economía global que piensa que puede crecer de manera continua y desmesurada, los postulantes del decrecimiento sostienen que tales ideas no son sólo utópicas sino increíblemente peligrosas, pues conducen no sólo a la catástrofe medioambiental sino a la económico social.
La idea del decrecimiento no se refiere al “estado estacionario de la economía” presente en la obra de los clásicos de la economía, ni a una forma u otra de regresión, recesión o crecimiento negativo. El descrecimiento no es un concepto, uno simétrico, aunque negativo, del crecimiento. Como indica Paul Ariès (Décroissence ou barbarie, Golias, Lyon, 2005): el descrecimiento es un “slogan político con implicaciones teóricas”. Su finalidad es objetar las tesis de los productivistas pro progreso ilimitado.
El decrecimiento implica construir una nueva sociedad libre de consumismo y transporte ineficiente (los automóviles), una que piense globalmente pero actúe localmente, una que reduzca, reutilice y recicle sus residuos.
Cornelius Castoriadis (La monté de l’insignifiance, Vol. IV, Seuil, París, 1996) sostuvo en su La monté de l’insignifiance que es menester construir nuevos valores para esa nueva sociedad, es decir, que el objetivo en tal sociedad es que el altruismo prevalezca sobre el egoísmo, la cooperación sobre la competencia, la capacidad lúdica sobre la adicción al trabajo, lo local sobre lo global, la autonomía sobre la heteronomía, el gusto por la obra maestra sobre la producción en cadena y el gusto por lo gratuito (goce de vivir) sobre el gusto por lo raro (el oro, los diamantes).
André Gorz (Capitalisme, socialismo, écologie. Galilée, París, 1991), amplía dichas tesis al sostener que el decrecimiento implica consumir mejor (hacer más con menos), aumentar la durabilidad de los productos (y no piensa sólo en los aparatos electrónicos, puede apreciarse aquí una crítica a las semillas “terminator”, esas diseñadas para sólo permitir una cosecha), eliminar el embalaje innecesario (las ultradepredadoras bolsas de plástico entre otros), sustituir el transporte automovilístico unipersonal por el colectivo, mejorar el aislamiento térmico de las viviendas y estimular el consumo de productos de la región y la estación.
Para Latouche (Petit traité de la décroissence sereine, Fayard, París, 2007) la tarea es clara: el decrecimiento implica, necesariamente, implicarse políticamente, luchar contra la movilidad absurda de las mercancías (que, vgr., en Australia se consuma agua americana y viceversa), contra la rentabilidad a corto plazo y en pro de la calidad y no de la cantidad.
Es necesario, asimismo, enfrentarse a los mass media que clara y definitivamente “destruyen el lazo social”. Implicarse políticamente requiere estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de encaminar el futuro de todos.
¿Seremos los humanos capaces de decrecer o tendremos que esperar a que sean las catástrofes “naturales” (pongo este término entre comillas pues, desde mi punto de vista, muchas de las catástrofes denominadas “naturales” no son sino la consecuencia de la sumatoria de pequeños actos humanos depredadores sostenidos por largos periodos de tiempo), económicas y sociales los que nos obliguen a despertar del sueño del progreso infinito?

Link: Ecosofía: El decrecimiento: nuestra única posibilidad (lajornadamorelos.com)

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