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Leyes Animales

Necesitamos entender la naturaleza humana para entender y respetar la naturaleza animal.

Desde tiempos irreconocibles, los humanos hemos sido capaces de reconocer los derechos de los animales. En uno de los más estudiados fenómenos de la cultura humana, la religión, se han puesto a los animales en lugares de poder o de sumisión, de deidad o de maldad. La rencarnación muchas veces compensa el respeto hacia los animales no humanos, como miembros de la humanidad; los egipcios adoraban a los gatos como símbolos de los dioses, muchas religiones hindúes prohíben la matanza de vacas, y hasta el mismo cristianismo muchas veces promueve el respeto hacia toda la vida como criaturas de Dios.

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Esta mentalidad se ha desarrollado, y a partir del siglo XVII se empiezan a ver las primeras leyes para la protección animal. En esas pocas en Irlanda, se prohíbe la crueldad hacia las ovejas al arrancarles la lanada, y no se permite más atar carros a las colas de los caballos. En muchos otros países se comenzó en ese siglo a redactar leyes para proteger a los animales. De esta manera, se puede considerar el comienzo del movimiento por los derechos de los animales, donde la gente propone maneras para limitar el sufrimiento de aquellos que nos son humanos.

Hoy en día, alrededor del mundo se tienen distintas mesuras para controlar el sufrimiento, usando reglas distintas para medir cuando un animal sufre y cuando está siendo utilizado para el beneficio de la humanidad. Se ve una diferencia notable en este tema entre los países más desarrollados y aquellos que se encuentran en distintas etapas de desarrollo. Por ejemplo, cuesta creer que en varios países de latinoamérica todavía no existen leyes que prohíban el maltrato animal, mientras que en Europa se aprueban leyes que prohíben la experimentación en animales con el fin de productos domésticos.

¿Significa esto que los animales de los países desarrollados sufren menos? He ahí el problema al que nos encontramos los luchadores por los derechos animales cuando decidimos enfocar nuestros recursos. Y la causa de esta situación es que no existe ninguna forma en la cual realmente podamos comparar el sufrimiento. Irónicamente, esta regla es la misma que nos enfoca hacia la comparación del sufrimiento animal y el sufrimiento humano.

Es muy común que en los países desarrollados haya menos animales abandonados en la calle, pero esto no es debido a un cambio de mentalidad si no a un cambio de regulación. Las perreras tienen más recursos, por lo que pueden atender más animales, además de tener más recursos para castrar y hasta matarlos si es así necesario. En muchos países del tercer mundo, las protectoras no gubernamentales tienen en sus manos la vida de muchos animales, cuando muchas veces no pueden ni controlar su propia vida humana.

Mientras en países asiáticos todavía se tienen osos encerrados en jaulas con tubos encastrados en sus estómagos para removerles la bilis, en el primer mundo se encierran Beagles y ratas en jaulas hasta más pequeñas mientras se les inyectan distintas enfermedades y problemas, a veces con el solo fin de encontrar un maquillaje que no se corra. Es difícil en estas situaciones decidir cuál animal sufre y cual merece más nuestra ayuda.

Todavía faltan leyes. En muchas partes del mundo ni siquiera hay protección para cosas básicas como maltratar perros. Pero las leyes solo pueden ir acompañadas de un cambio de mentalidad, de una rotura en nuestra cultura. Necesitamos entender la naturaleza humana para entender y respetar la naturaleza animal. Así mismo, necesitamos siempre recordar que ayudar a un perro en nuestra puerta puede hacer tanto bien como rescatar a un rinoceronte en África. No somos quiénes para juzgar el sufrimiento, y en eso se basa nuestro movimiento.

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