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La Fiesta de las Primarias en Chile

Acudieron a las urnas 2.944.024 personas, lo cual, una vez más, demuestra nuestra nunca suficientemente ponderada cultura cívica

No ha sido nada de fácil instalar el proceso de primarias para las elecciones de las autoridades políticas en Chile.

Existe coincidencia casi plena que invitar a la ciudadanía a definir quienes serán los candidatos de las elecciones al Parlamento y a Presidencia de la República, es saludable para promover el acercamiento y el compromiso de las personas con la política. Mal que mal, la desafección y desconfianza imperante es preocupante, especialmente en estos tiempos en que “más de lo mismo” es insuficiente y es necesario conducir a la sociedad de Chile por un proceso de cambio en el cual las turbulencias ya están a la vista.

Fueron pocos los partidos que quisieron o pudieron hacer primarias para la designación de sus parlamentarios; la franja donde los candidatos a Presidente expusieron sus ideas logró ser exhibida sólo durante tres días y muy pocos la pudieron ver; la toma estudiantil de los establecimientos educacionales que se utilizan como centro de votación constituyó una severa amenaza a la integridad de los jóvenes ocupantes, entre otras dificultades. Sin embargo, ciertamente el proceso y sus costos asociados igual valieron la pena.

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En primer lugar, por el resultado: acudieron a las urnas 2.944.024 personas, lo cual, una vez más, demuestra nuestra nunca suficientemente ponderada cultura cívica. A ello se agrega el abanico de visiones, que ofrecía alternativas con las cuales identificarse y tomarse la molestia de ir a votar. A través de este ritual, la elección de noviembre adquiere mayor legitimidad, realzando la importancia de los procesos participativos para otorgar validez a las decisiones de las autoridades. En este caso, dejando de lado la justificada necesidad de reformar el sistema Binominal, la primaria mitiga la desconfianza existente de que la tradicional designación de candidat@s entre las cuatro paredes de los partidos políticos, significa que podrían no estar gobernándonos los mejores, sino los más “apitutados”.

Ello es válido para todos los ámbitos.

La institucionalidad ambiental fue la primera en reconocer esta nueva dimensión cultural: sólo con el activo involucramiento de todos los actores afectados o interesados en una temática, el tomador de decisión puede tener a la vista las distintas implicancias de cada opción. Y recae en sus hombros la responsabilidad de tomarla en función del Bien Común, con conocimiento y responsabilidad de los distintos  costos y beneficios asociados.

En la sociedad contemporánea, se considera que la participación es una dimensión para entender la pobreza: aquellos grupos humanos con baja capacidad asociativa, redes limitadas, altos niveles de desconfianza, y baja capacidad de incidencia en las decisiones que les afectan, probablemente tendrán mucha mayor dificultad para salir adelante. Es decir, en el “circuito de la exclusión”, donde se identificaban factores multidimensionales como la educación, el lugar de residencia, la salud, la empleabilidad, hoy también se incorpora la dimensión de la participación.

Dado que estamos enfrentados a la creciente frustración de los jóvenes de los 4 quintiles inferiores (unos porque no logran terminar la educación media, otros porque no consiguen acceder a carreras y universidades de prestigio, otros porque terminan endeudados por años, entre varias otras razones), si no logramos como sociedad generar confianza en los canales formales de participación, la capucha y la piedra aparecen para un número creciente de ellos, como la única salida. Dado entonces que la participación es también una estrategia para salir de la pobreza (material y espiritual), la fiesta vivida en torno a las primarias para designar President@ de la República nos debe alegrar a todos y a todas.

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