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La cruda explotación que sufren las mujeres floristas de Colombia

La realidad de las floricultoras de Colombia está muy lejos de ser un tema decorativo.

Las flores en Colombia son más que un adorno ornamental o un esperado regalo para los enamorados. Esconden una realidad desconocida para muchos y que afecta principalmente a las mujeres, las principales trabajadoras de esta industria.

La explotación florícola y la exportación de flores frescas cortadas en Colombia y en otros países tropicales como Ecuador, se remonta hacia los años sesenta, incrementándose su producción y expansión de cultivos de manera acelerada en los últimos veinte años.

Según detalla un reportaje de Pikara Magazine, el 95 por ciento de las flores que se producen en Colombia se exportan, en donde unas 400 empresas ocupan seis mil setecientas hectáreas en el país, de las que la gran mayoría – un 73 por ciento – están en la sabana cercana a la capital.

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Se trata de un sector que cuenta con todo el apoyo del gobierno colombiano y múltiples facilidades tributarias y arancelarias. De hecho, las flores colombianas fueron el primer producto en entrar al mercado estadounidense luego de firmar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos en mayo de 2012.

Si bien este negocio deja más de 1.250 millones de dólares en ganancias en Colombia, estos no se traduce en buenas condiciones laborales para sus trabajadoras, puesto que floricultura es uno de los empleos peor remunerados, las condiciones son precarias, los contratos no duran más de cuatro meses y la actividad provoca severos daños a la salud.

Flores de explotación

El documental “Amor, mujeres y flores” (1989), de la antropóloga colombiana Marta Rodríguez, realizado en los cultivos de la Sabana de Bogotá, ya daba cuenta de la situación de quienes trabajan en las empresas de flores de Colombia.

Al igual que otras actividades relaciones con la tierra, en la floricultura se debe madrugar, aunque llueva, relampaguee, haya un sol infernal o el frío que llega a calar los huesos.

A esto se suma el grave peligro que corren las mujeres de esta actividad, ya que debe ser uno de los pocos trabajos que cuenta con todos los riesgos ocupacionales: físicos; relacionados con el minucioso y repetitivo trabajo  de pinzas y tijeras para quitar y modelar las flores; químicos, debido al creciente uso de pesticidas encargados de acelerar la producción y que son dañinos para la salud de las personas ; biológicos, por el trabajo con plantas y el contacto con diversos tipos de microbios; psicosociales, por el alto nivel de estrés debido al trabajo bajo presión y por tiempos; climáticos, por la exposición al frío y al calor intenso.

Muchos de los hijos de las floricultoras nacen con malformaciones, causadas por el uso de pesticidas de alto poder en los cultivos. Así mismo, los invernaderos en que deben trabajar generan microclimas con temperaturas diferentes a las del ambiente, lo que causa dificultades respiratorias.

Por otra parte, las mujeres que trabajan en esta profesión son dueñas de casa, madres solteras o menores de edad y proceden de bajos estratos económicos, razón por la cual no cuentan con la protección de sus derechos fundamentales o simplemente los desconocen.

Además de  estos peligros, las mujeres que trabajan carecen de seguros y previsión de salud debido a que se contratan a plazo fijo no mayor a cuatro meses y la palabra “sindicato” está estrictamente prohibida ya que simplemente las despiden.

Por otro lado, la industria exige a las mujeres a realizarse pruebas de embarazo para trabajar, lo que incide en la vida sexual y el poder de decisión de las mujeres en donde obviamente no se exige este requerimiento a los hombres, lo que evidencia un sistema totalmente machista.

Cactus, una organización que trabaja directamente con trabajadores que son parte de la producción y comercialización de flores, indicó al medio que el argumento que utilizan las empresas para contratar a mujeres tiene relación con los estereotipos de género.

Aquí las mujeres son pensadas como más “delicadas”, más “cuidadosas” y se asocia ese imaginario entre mujeres y flores. Entonces ellas podrían hacer mucho mejor esa labor por ser más detallistas y cuidadosas con la producción de la flor.

A esto se suma los horarios laborales, en donde las floricultoras deben hacer doble jornada. Las mujeres son las primeras en levantarse para dejar el almuerzo o merienda listas para sus hijos y las últimas en descansar. Si  bien hombres y mujeres son víctimas de la explotación laboral, los hombres pueden trabajar y tener sus espacios de recreación, en cambio, las mujeres que son también dueñas de casa tienen esos espacios mucho más limitados.

La utilización del suelo

Las pésimas condiciones laborales no lo son todo. Los suelos de la Sabana son muy productivos y se puede disponer de la cantidad de agua necesaria para los cultivos, pues se cuenta con un alto nivel freático – nivel de agua más próximo a la superficie – lo que minimiza los costos para las empresas.

Las ventas y comercialización de flores corresponden a una economía de escala y el negocio se orienta al crecimiento del capital  y no al bienestar de la comunidad. Los municipios donde se producen las flores reciben muy poco por esta explotación monopolizada y privada, que además no es controlada ambientalmente, ya que según las autoridades, no existe suficiente dinero para su fiscalización.

Debido a este “negocio redondo”,  la comunidad ha visto cómo se sustituyen los cultivos de cereales y otros alimentos por los de las flores, por lo que hay un abuso de suelos, disminuyen las vías para facilitar el transporte y los fungicidas utilizados contaminan los terrenos que también se usan en el mantenimiento del ganado, de modo que esa contaminación se traslada a los productos lácteos y a las carnes consumidas por la población.

Pero sin duda una de las preocupaciones de la comunidad es el mal uso del agua, en donde hay una real competencia entre el agua para consumo humano y la que se usa para las flores. En los barrios hay que racionar el agua, mientras que para las empresas no hay suficiente control, se gasta a destaja y la contamina.

Por lo visto, la problemática de las flores va más allá de un tema ornamental muy similar a lo que refleja la película “Diamantes de Sangre”. Si bien hay organizaciones que ayudan a las floricultoras colombianas a entregar información, lo cierto es que esta actividad en Colombia se ha convertido en un “mal necesario” debido a las escasas oportunidades laborales.

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